miércoles, 28 de marzo de 2012

Un poco de historia sobre los viajes en el tiempo

Ha pasado mucho tiempo desde que Herbert George Wells, escritor británico especialmente interesado en temas científicos y de anticipación, ideara con singular destreza narrativa un viaje que superó sin dificultad las hazañas viajeras de Philleas Fogg en la novela de Julio Verne La vuelta al mundo en 80 días. Wells se utilizó a sí mismo como personaje para uno de los títulos clave de la ciencia-ficción literaria, La máquina del tiempo, singular relato en el que describía con grandes dosis de inventiva un periplo espacio-temporal capaz de transportar al héroe más allá de su época, camino de un pasado remoto o de un futuro no menos lejano. El autor, que había tocado ya el tema de la ingeniería genética en La isla del Doctor Moreau y había narrado una posible invasión extraterrestre en La guerra de los mundos, abordó La máquina del tiempo casi como un pasatiempo lúdico de adivinación en el que no faltaron alusiones pintorescas y plenas de sarcasmo respecto al posible rumbo sociopolítico emprendido por la Humanidad en las décadas venideras. La máquina del tiempo se publicó en Inglaterra en 1895, y desde entonces ha servido como poderoso estímulo imaginativo no sólo a un nutrido grupo de narradores de ficción, sino también a varias generaciones de científicos empeñados en demostrar que el juego de Wells era algo más que un sueño. Un prestigioso físico, Hermann Minkowski, no dudó en anunciar los principios en que basaba su propio modelo de máquina del tiempo, concebida después de que Albert Einstein proporcionara el fundamento teórico general con su trabajo sobre la relatividad publicado en 1905, y según el cual el tiempo no es absoluto ni universal, sino relativo. En 1916 el físico alemán Karl Schwarzchilds afirmó haber descubierto una especie de galerías espaciales bautizadas como agujeros de gusano, que podrían servir como túneles de comunicación para posibles viajes en esa dimensión desconocida, misteriosa y casi mítica que es el tiempo. Actualmente una parte del presupuesto de los Estados Unidos destinado a la investigación científica va a parar al Instituto de Tecnología de Caltech, en California, donde un grupo de prestigiosos científicos estudia la posibilidad de viajar en el tiempo, habiendo llegado a la conclusión de que continuamente nos encontramos rodeados por un rosario interminable de agujeros de gusano, que podrían «funcionar» como máquinas del tiempo si algún día el ser humano llega a ser capaz de aumentar sus dimensiones y controlar las condiciones físicas para utilizarlos como pasadizos hacia el pasado o hacia el futuro.
Paradojas temporales, universos paralelos, multiversos y otros muchos conceptos complejos que, sin duda, contribuirán a cambiar nuestra forma de ver y entender el mundo, pueden convertirse algún día. en hechos concretos, sucesos cotidianos derivados de la posibilidad de romper la barrera del tiempo para explorar la existencia de nuestros antepasados o visitar el futuro de nuestros descendientes. Hasta el momento, sólo el cine y la literatura se han atrevido a jugar con esta posibilidad, pero a la luz del interés de los científicos por este tema cabe preguntarse hasta cuándo superará la ficción a la realidad La base literaria del viaje espacio-temporal, que tan buena acogida ha tenido en la pantalla cinematográfica, es abundante y rica en argumentos y héroes dispuestos a abandonar su presente para internarse en las procelosas aguas del mar del tiempo. Al margen de H. G. Wells, auténtico «padre» de esta corriente narrativa cuya ambientación escénica ideal es el tiempo, otros autores han ido añadiendo sus propias aportaciones fantásticas a este océano revuelto de siglos, años, meses, días y horas que conforma una frágil telaraña en torno al héroe de turno, ya sea éste un científico empeñado en demostrar sus teorías sobre el particular o un aventurero oportunista preparado para emprender la odisea más espectacular de su azarosa vida. Clásicos como Arthur Conan Doyle con su novela El mundo perdido, en la que un excéntrico científico descubre un lugar en la Tierra que aún permanece habitado por dinosaurios, o Edgar Rice Burroughs, que en Tarzán y el imperio perdido jugaba con la idea de una legión romana aislada durante siglos en una remota isla de Africa, aportan a este juego con el tiempo un saludable soplo exótico que anima también los relatos sobre la "memoria racial" de Robert E. Howard, creador del género de Espada y Brujería y de su arquetípico héroe Conan el Bárbaro, que en los cuentos El caminante del Valhalla, El jardín del miedo, El valle del gusano, El túmulo en el promontorio, El pueblo de la oscuridad y Los hijos de la noche, nos presenta un grupo de personajes que comparten una capacidad poco común: acceder mediante un viaje mental a las vivencias de sus antepasados, salvajes guerreros nórdicos enfrentados al horror y a la muerte en un remoto pasado perdido en la noche de los tiempos. Más próximos a la ciencia-ficción que a la fantasía heroica, autores como Robert A. Heinlein con la voluminosa novela Puerta al verano, Isaac Asimov con la dificultosa y monótona El fin de la eternidad o Fritz Leiber con la teatral El gran tiempo, han aportado su imaginación y sus teorías pseudocientíficas a esta jugosa vena argumental, abriendo camino a una imparable horda de seguidores entre los que destacan Alfred Bester con su relato Los hombres que asesinaron a Mahoma (una divertida sátira cuyo antihéroe es un inventor loco capaz de viajar al pasado para asesinar a Cristóbal Colón, George Washington, Marie CurieNapoleón, inventando un nuevo y a crimen, el «cronomicidio», o Moore que, con su novela Lo que el tiempo se llevó, donde reseña los estados dei Sur hubieran ganado la guerra de secesión americana, inauguró una línea narrativa denominada «ucronía», en la que se incluyen diversas obras sobre una historia hipotética y alternativa. Finalmente, en una línea más épica y aventurera, Dean R. Koontz nos describe en Relámpagos las consecuencias derivadas de la invención de una máquina del tiempo por los nazis durante la segunda guerra mundial; Joe Haldeman se aproxima a la teoría de los Agujeros de Gusano haciendo que sus marines del futuro viajen por una especie de túnel del tiempo en La guerra interminable y Ray Bradbury crea un relato clásico y básico para los amantes del tema como El sonido de un trueno, en el que una agencia turística del futuro se ocupa de organizar un safari de cinco hombres contemporáneos a la época de los dinosaurios.

4 comentarios:

La Tres Tiros dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Caro Pé dijo...

Guau paree que te apasiona el tema. Y hablas con conocimiento de causa.

La Máquina del tiempo, lo he leído.
Creo que a Borges, le re cabía ese libro. (o me estoy confundiendo quizás)

De Julio Verne me leí 5 libros, por lo menos, no sé si fue en mi pre-adolescencia (ya ni me acuerdo) :(
Alzheimer?

Después de leerte recién se me ocurre relacionar, La Guerra de los mundos de Herbert Wells, con la transmisión en radio del genio Orson Welles , el simulacro!!Que causó un lindo kilombo a principios del 40!

beso Mel

Fiorella dijo...

Me gustaaa este articulo... Ojala se pudiera viajar e el tiempo

Airdish number dijo...

A ver cuando vuelve a escribir algo don Mel...

Se lo extraña...